La vida de pareja comprende la interacción y vida en común de dos personas que se relacionan simultáneamente en varias dimensiones y a varios niveles. A su vez, estas dimensiones influyen unas sobre otras a través de procesos circulares. La afectividad en la pareja corresponde a una de estas dimensiones y tiene que ver con la vida emocional en común. Incluye todos los sentimientos, emociones, pasiones, afectos, las diferentes formas de sentir y de sentirse, que surgen de la experiencia del otro y de sí mismo en cuanto a ser-con-otro. Si bien no es la única dimensión, es una de las más reconocibles, particularmente al principio de la relación amorosa (de hecho, coloquialmente usamos el concepto “relación afectiva” para referirnos a una relación inicial, pero no usaríamos el mismo término para referirnos a una relación consolidada).
La dimensión afectiva está muy relacionada con la sexual. La relación sexual es el escenario en el cual se despliega la afectividad de la pareja en forma más plena, y es el lugar donde confluyen todas las demás dimensiones que conforman la vida de pareja. La relación sexual es al mismo tiempo causa, expresión y consecuencia de la riqueza y profundidad del mundo afectivo de los amantes, de su capacidad unitiva (de donación), y de su potencialidad procreativa, todos componentes esenciales del amor humano.
Por supuesto que es posible la relación sexual disociada de la afectividad. No obstante, su escisión o desconexión total es imposible, tal como lo es la ausencia de consecuencias afectivas. De esto se desprende que la situación sea bastante dramática: una relación sexual que no enriquece a la relación de pareja (puesto que se da desconectada del otro) conduce a un sucesivo empobrecimiento y desvitalización de la relación, lo cual termina empobreciendo a las personas que la integran. Por el contrario, el adecuado desarrollo afectivo y sexual de la pareja posibilita que esta se consolide, y sea instancia de crecimiento y realización personal para cada uno de sus miembros.
La experiencia del registro de fertilidad estimula una vivencia integrada de lo sexual con la vida afectiva, transformándose en una potencial herramienta de crecimiento de la vida plena en pareja.